lunes, 26 de septiembre de 2011

Cuando el dolor ya no duele

Es frustrante llegar a mi edad de esta manera. Con lo que yo he sido. No me reconozco en los espejos. Prefiero no mirarme en ellos. Por eso, he dicho al servicio que los retiren todos. Todos menos los de mi cuarto. La vanidad algunos días, es más fuerte que mi tristeza.
No es tanto el dolor de la piel marchita lo que impide respirar con total tranquilidad. Sufro mucho más con el daño interior.
El doméstico.
La más hermosa de entre todas las chicas del burdel.
Con mi edad y gracias a mi buena cabeza, me permito seguir viviendo entre collares de Cartier, sin necesidad de tener que vender las pieles que aun conservo.
Hace muchos años que no corro con la carestía, de seguir explotándome entre los hombres más poderosos del viejo París. Ya no tengo esa edad. Tampoco me siento capaz de seguir a la cabeza del negocio. Ni siquiera el trabajo me hace olvidar el peso del corazón.
Va a ser cierto eso que dicen los médicos. Cuando llega el desamor, primero se acciona alguna palanquita diminuta en el cerebro, anunciando el mal agüero, y este, le envía un mensaje de tristeza al órgano vital del pecho. Y duelo, ya lo creo que duelo.
No me sirven los Valentinos vaporosos de alta costura, como tiritas para el alma. Ni Oscar de la Renta como puntos de sutura. No hay vendajes de Chanel para las heridas del ánimo. No conozco a ningún sastre de los sentimientos, capaz de remendar los dolores del alma.
Duele, sin duda eso es dolor en el corazón.
Ni los buenos recuerdos ni las pequeñas alegrías me sirven para olvidar que ya, no soy querida ni deseada.
Son pesadas las arrugas de mi vida.
Desde este Boulevard parisino, en Saint Germain, dirijo mis negocios por el buen camino. O por lo menos eso creen mis vecinos.  Piensan que soy una respetable señora de negocios, que vive sola, aunque su hijo la visite muy de vez en cuando. Porque defraudarlos y contarles la verdad. Prefiero que sigan dándome los buenos días como solo a una dama de mi categoría se la debe saludar.
- Bonne jour Madame Goudan…
Y lo de mi hijo…tampoco es que me visite tanto. No es conveniente que sus suegros, que también presumen de ser respetables, se enteren de que su madre, es la Madame de una también, y por qué no, respetable agencia de contactos para caballeros solventes.
Rue de Rennes
Vivo en un apartamento de 300 metros cuadrados, en la Rue de Rennes distrito 6º de la capital francesa. Ésta, es la herencia que me dejó mí mejor y más apreciado cliente. Luis de Barboa. De origen portugués y nacionalidad francesa.
Su mujer no pareció sorprendida cuando me presenté en el despacho de abogados, reclamando mi parte del negocio.
Las dos sabíamos la existencia de la otra. Los trámites se llevaron de la forma más normal y natural que nadie pudiera imaginarse.
No nos besamos cuando nos conocimos, pero, si lo hubiéramos hecho, tampoco nos parecería escandaloso. Por lo menos a nosotras dos. Cada una obtuvo lo que esperábamos de Luis.
Ella, tres hijos, una preciosa casa a las afueras de Paris, una ático en Suiza, Ginebra, seguramente cerca de alguna estación de esquí, se que allí pasaban las vacaciones de invierno y otra casita de verano en La Côte D’azur 
Yo también le hacía la cena a aquel hombre, de vez en cuándo, por lo tanto, solo fui a recoger lo que era mío.
Un apartamento en un buen barrio, un magnifico coche que apenas utilizo, y un hijo, que aunque no era suyo, lo reconoció como tal y pagó todos sus estudios, hasta que acabo el master en empresariales en la universidad de California. Donde conoció a su preciosa esposa americana y lo tiene atado al otro lado del planeta.
Julian no se puede quejar. No es mejor el titulo universitario de su mujer, porque a ella se lo pagaría papá con el dinero de sus sospechosas empresas hoteleras, fuera de las lindes de la ley migratoria del estado.
No, el de ella no es mejor que el de mi hijo.
He decidió dejar de luchar contra ese pensamiento, ya que, cada vez las visitas son menos y por pocas que sean, no las voy a fastidiar tirándole en cara, que me repudia por puta.
Estoy más cerca de los 60 que de los 50, y hoy vendrán a casa y lo estoy deseando. La tripita de Nancy esta creciendo, y son mellizos. Seré abuela de dos preciosos niños.
No se cuánto tiempo se me estará permitido disfrutar de esta etapa.
Me gustaría tanto poder mal criarlos, y poder llevármelos de merienda al Ritz de Le Champe Elises.
Tantas cosas que me gustaría hacer, pero dudo mucho que Julian me deje.

Por eso, esta noche, dejaré el dolor de mi pecho aparte. Lo ignoraré. Seré todo lo cordial que pueda. Nada de malos humos, ni tensiones contenidas. Dejaré todo eso en esta habitación. La cerraré con llave y la guardaré en el sinfonier de mi alcoba, hasta que se vayan, pudiendo volver a mí estado natural.
Solo quiero que me deje vivir un poco antes de morir por completo. Anhelo la ternura que una vez le regalé a él, al pequeño Julian de Barboa.


Marion Décimas.

Lión a 24 de septiembre de 2011 

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