jueves, 21 de noviembre de 2013

PSICOANÁLISIS

Fotografía tomada de: rferrari.wordpress.com
Veo a un hombre. Un hombre que… ¿sonríe?, sí, parece que sonríe. Y una inmensa playa de arena negra. Y el mar, un mar quieto, sin olas a pesar del viento, ese viento que vuelve a la gente loca. Espere, no, no hay ningún mar, es asfalto. Un mar asfaltado, sí, eso es. A los niños les da miedo, no quieren bañarse, prefieren jugar a ser niños, pero no lo son. Son viejos. Viejos jugando a ser niños. Un helado se derrite en sus manos y ríen, ríen sin razón, sin corazón. Muecas en sus rostros, muescas en su piel, y el rastro de arrugas y manchas que deja el tiempo a su paso. Y dios fumando apoyado en alféizar de la Luna cubre el cielo de nubes. ¿Qué cómo es? No lo sé. Solo sé que es dios. Y el hombre que sonríe echa de menos su pastelería. Y a su perro. Y el olor a merengue recién cocinado. Y el hedor de las sospechas. Y el amor.
El amor del que le hablaron y luego le robaron. ¿Por qué? se pregunta. Y pregunta a todos: al mar asfaltado, a la arena negra, a la Luna, al viento enloquecedor.
 Los niños nunca mienten. ¡Mentira! Y llora. Llora como ningún hombre antes había llorado. Y sus lágrimas caen como la lluvia, y también caen rayos y relámpagos. Todo comienza a inundarse. El mar de asfalto se llena de lágrimas saladas, las sirenas lo llaman con su voz dulce, pero espere un momento… ¡Las sirenas no existen! No son reales. Y tampoco ese mar asfaltado, ni la arena negra, ni el viento que enloquece a las personas, ni dios, ni el amor… ni el hombre que sonríe. Tan solo son garabatos… ¿verdad?

          
                                                                                          Diego Rinoski 
* Texto presentado al II Certamen Literario El Secreter 

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